Monseñor Castillo exhorta a reflexionar en esta Semana Santa, especialmente las más altas autoridades en que hay actuar pensando en el bien común. “Cuando las personas se dejan poseer por intereses determinados de grupo o de ambiciones, olvidan el sentido de las cosas”, alertó.

-Usted dijo que la Semana Santa es para centrarnos en el punto esencial y no en el pecado original, que es distraerse del Árbol de la Vida y decidir sin mirar al sentido de la vida ¿cómo aplicarlo en la práctica?

El pecado original tiene un problema, que es el comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, que es el único árbol que estaba prohibido. Todos los demás estaban para gozar, inclusive hasta del Árbol de la Vida se podía comer.

¿Qué cosa quiere decir el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal? 
Quiere decir que para poder actuar necesitamos reflexionar siempre, calibrar las cosas prudentemente, y decidir en base al principio de la vida, que es el que está en el centro. Entonces, si nosotros hacemos las cosas en función de la vida para todos, nuestras acciones se moderan, se ordenan, se calibran. Pero si uno simplemente hace las cosas por puro gusto, por impulso, entonces no hay medición, y el ser humano, que vive en común con otros seres humanos, desarrolla un individualismo tal que lo separa de los demás, y se genera lo que llamamos el pecado.

Jesús nos libera de eso, porque tenía una misión: darnos vida, mostrarnos el rostro amoroso de Dios, y no se desvió de ese camino. Si él se bajaba de la cruz y no ponderaba, por más que sufriera, que la consecuencia sería que la imagen de Dios iba a ser la de un Dios vengativo, entonces se arruinaría la imagen de Dios. Por eso la última tentación era: bájate de la cruz para que realmente creamos. Y Jesús, entonces, calibrando las cosas, dice; no, aquí yo tengo que transparentar al Padre y me quedo, no importa que muera, pero dejo una bandera que todos pueden seguir: que el amor es la condición para la vida del ser humano y que la ha instituido Dios.

Es muy interesante cómo nuestros mártires en la historia peruana, han preferido morir antes que traicionar a la patria, mientras que muchos en el camino traicionaron y los dejaron abandonados... El egoísmo es el principal enemigo de la unidad nacional. Nosotros gozamos con nuestros héroes nacionales a pesar de que hayan muerto. Piensa en Daniel Alcides Carrión, que se inocula el virus para poder encontrar la medicina, y está dispuesto a morir por todos. Esa es la huella de Cristo, que está muy presente.

-Digamos que ese es el sacrificio, llegar para servir y no para ser servido.
Así es, y no es el sacrificio por el sacrificio, en el sentido de que algunos piensan que para honrar a Dios hay que punzarse el dedo o ponerse de rodillas con piedritas. Esas son anécdotas. Sino que en las condiciones difíciles de adversidad hay que responder con la creatividad del amor de Dios en cualquier circunstancia en donde se presenta un problema muy serio. Y lo que estamos viendo ahorita, que estando en una situación difícil, las personas piensan que no pasa nada, “yo vivo frívolamente, indiferente a la realidad”. Es un cristianismo sin interpelación.

-¿Esa vocación falta en nuestras autoridades, en la presidenta, los ministros, los congresistas, por las decisiones que han venido tomando?

Sí, es muy común que donde uno encuentra un cierto pedacito de poder, ya se siente Dios. Mira en el mundo, la situación de Putin, de Trump, de los israelitas que creen que pueden matar a diestra y siniestra a niños. Es decir, nos endiosamos. Pero el ser humano es limitado y el mensaje del Señor es totalmente novedoso: Si tú renuncias a eso, va a haber paz. Estate dispuesto a renunciar a ciertos aspectos, pero en la vida real, no en sacrificios artificiales, que es uno de los problemas que había en Israel. Los israelitas estaban obligados a ofrecer sacrificios y holocaustos en el templo, pero pagando para poder mantener a toda esa mafia de sacerdotes que habían creado un consorcio, lo que llamamos un emporio. Y entonces llenaron de sacrificios artificiales la vida de Israel, y el Señor lo que hace es un sacrificio real de su vida, que es otra cosa.